En nuestra actualidad donde la política está plagada de escándalos, excesos y ambiciones desmedidas; Donde el chisme, el rumor y hablar mal de alguien circula más que las buenas noticias, el nombre de José «Pepe» Mujica resuena como un eco de autenticidad y de políticos que parecen extinguirse. Hablar de “Pepe” Mujica, ex presidente de Uruguay (2010–2015), es hablar de un gran Político de altura, es hablar de un gran hombre con muy amplia vocación de servicio, independientemente de su origen campesino, o de haber tenido que ser guerrillero, y luego mandatario, Mujica no solo gobernó un país, sino que nos dejó un testimonio viviente de que se puede ejercer el poder sin corromperse, sin ostentar y sin alejarse de las causas sociales. Se puede servir y no servirse.
Recibió el mote de “el presidente más pobre del mundo”, cosa que para él, fue un título irrelevante pero para nosotros, podría ser sin duda, un recordatorio de que la humildad, en política, no solo es posible, sino necesaria así como también la coherencia con la que se conducía, ya que vivía en una humilde casa a las afueras de Montevideo, conducía un viejo Volkswagen Escarabajo, donaba casi el 90% de su salario como presidente a causas sociales y jamás se dejó seducir por los lujos del poder. Siempre externaba; “No soy pobre, pobres son los que necesitan mucho”. Esta frase no son palabras muertas o una llamativa frase para publicar en las redes, debería ser sin duda, un espejo en el que la clase política de hoy debería mirarse. En una época donde funcionarios públicos se llenan de privilegios, el ejemplo de Mujica resalta como un faro de cordura y dignidad. Pero… ¿Lo verán nuestros políticos? Digo es un gran faro que alumbra…
Mujica no necesitó grandes campañas publicitarias para ganarse el respeto internacional. Su vida misma era su carta de presentación. Durante su gobierno, Uruguay se destacó por avanzar en derechos civiles promoviendo la inclusión social. Pero lo más valioso es que su trabajo se distinguió por el diálogo, el respeto a todos sin importar si eran oposición y sin caer en el populismo. Su liderazgo no fue carismático en el sentido tradicional; no buscaba convencer con discursos vacíos, sino con acciones reales, simples y directas.
En el mundo político hay más interés por el aplauso que la acción, por el poder que el servicio. Mujica fue la antítesis de ese modelo. Cuando terminó su mandato, se retiró sin escándalos, sin buscar perpetuarse, sin construir un culto a su personalidad. Simplemente volvió a su casa, a su campo, a su esposa, a su perro de tres patas, y a la vida sencilla que nunca abandonó del todo. Esta capacidad de soltar el poder, de entenderlo como algo transitorio, contrasta con la obsesión de muchos líderes o políticos por permanecer a toda costa. Mujica demostró que el poder no es para servirse, sino para servir.
Lo que hace único a Mujica era que en foros internacionales, mientras otros líderes recitaban discursos muy rebuscados y técnicos, él hablaba con el corazón. Como dice la rase: Usaba palabras simples para decir verdades profundas. En la ONU pronuncio una gran frase: “Venimos al mundo para ser felices. No para ser esclavos del mercado”, y lo tildaron de utópico. Pero seguramente usted amable lector coincidirá conmigo que hablaba con la autoridad de quien con su estilo de vida se la ha ganado.
Su legado va más allá de las fronteras uruguayas. Su vida y ejemplo es citada en aulas, medios, libros, y hasta en campañas políticas que, lamentablemente, rara vez siguen sus principios. Por ello hoy me permito dedicarle esta columna. Porque Mujica no es solo un personaje pintoresco; es una forma muy clara de que se puede hacer política de servicio y entrega al pueblo. En no pocas ocasiones he escuchado si es posible replicar a Mujica. La respuesta no es sencilla. Él es producto de una historia particular: la militancia, la prisión, la austeridad, el amor por la tierra. No se puede “fabricar” un Mujica en laboratorio. Pero sí se puede imitar su ejemplo, se puede imitar el amor por su pueblo y se puede imitar su espíritu y vocación de servicio.
Los jóvenes que hoy miran la política con desconfianza pueden encontrar en él una figura inspiradora. Los adultos, una lección de sobriedad y un sólido fundamento para elegir en una votación. Y los políticos en funciones, una vara ética que, aunque alta, no es inalcanzable. Los políticos de hoy, no tienen que copiar su ropa o su casa, sino su honestidad. Su desprendimiento a tal grado que hay que aprender a ser felices valorando lo que tenemos. Entender su visión muy humana sobre la política. En lugar de buscar ídolos, deberíamos aspirar a líderes con sus valores: empatía, coherencia, sentido común.
No temo equivocarme al expresar en esta columna que nuestro mundo cada vez está peor, el tejido social estátotalmente descompuesto y prácticamente sin ser apocalíptico diría que estamos entrando en una grave crisis de valores, donde las redes sociales nos venden supuestos ejemplos de vidas o modelos a seguir o que también son usadas para acabar con el buen nombre de más de uno. Donde estamos tristemente normalizando la violencia, la inseguridad y la perdida de la ética y la buena ciudadanía. Hoy más que nunca necesitamos más “Pepes Mujica” Políticos con Valores, con sencillez y humildad, que busquen construir un mundo mejor, que amen a su pueblo y a su gente.
Cito finalmente una frase suya: “La política no es una profesión para hacer dinero. Es una pasión para cambiar el mundo”. ¿Cuántos políticos actuales pueden decir lo mismo sin que suene a burla?
O ¿Usted qué opina?
Post Scriptum.
Me preguntaba un amigo con que palabra defino la elección del pasado domingo y mi respuesta es que una palabra se queda corta, pero para no redefinir lo que prácticamente todos sabemos yo usaría la palabra “Confusa”.
Hoy 2 de junio que escribo esta columna, recuerdo el triunfo de una amiga a quien deseo el mejor de los éxitos en esta su administración, sé que tiene verdadera vocación de servicio y la firme intención de trabajar para hacer lo que este en sus manos para construir un mundo mejor.