México: Un tejido social roto que clama por Justicia y Esperanza

Estimadas amigas y amigos que me honran con su lectura, en pasadas columnas he mencionado de cómo los políticos han perdido el rumbo, cómo han pasado de servir al pueblo a servirse de él. Del cómo se han olvidado que el Liderazgo es un don para servir y no para servirse. Pero hay que reconocer algo más profundo: mientras la clase política se desgasta en luchas de poder, el tejido social de nuestras comunidades se deshilacha poco a poco. Nuestra sociedad está normalizando la corrupción, la tensión social, el abandono de sus comunidades y pero aun, la violencia. Y esto es lo más grave pues la violencia, la corrupción, la desconfianza y la indiferencia no son solo problemas de los políticos: son heridas que atraviesan la vida cotidiana de cada ciudadano y que están acabando con los pocos valores que nos quedan como sociedad.

 

El gran desafío de nuestro tiempo no es únicamente cambiar gobernantes, sino “Reconstruir la confianza entre nosotros mismos como sociedad”. Esto es lo verdaderamente importante, que como sociedad recuperemos esa Fe, esa paz y esa esperanza. Y eso exige acciones concretas, tanto desde las instituciones como desde la vida diaria, es decir desde la célula más importante de la sociedad: Las Familias.

México vive hoy una herida profunda. No es una herida visible como la de un desastre natural, pero se siente en cada esquina, en cada escuela, en cada hogar. Es la herida de la desconfianza, del miedo, de la violencia cotidiana que se ha normalizado. Nuestro tejido social está dañado, y aunque lo repetimos con frecuencia, pocas veces nos detenemos a reflexionar en lo que verdaderamente significa. El tejido social es el conjunto de relaciones humanas que nos unen como comunidad. Es la red de confianza, empatía, respeto y cooperación que permite que una sociedad funcione. Cuando esa red se rompe, deja de haber cohesión, solidaridad y sentido de pertenencia. Y eso es, precisamente, lo que estamos viviendo hoy en México.

 

Veamos los siguientes datos: Según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), en 2023 se registraron más de 29,000 homicidios dolosos en el país, una cifra que mantiene a México entre las naciones con mayores índices de violencia en el mundo. Pero más allá de los números, lo alarmante es la pérdida de sensibilidad ante ellos. Cada asesinato, cada desaparición, cada historia truncada deja una cicatriz en la comunidad, pero hemos aprendido a seguir adelante como si nada, esto es aun lo más grave.

El Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL) estima que 46.8 millones de mexicanos viven en pobreza, y más de 9 millones en pobreza extrema. La desigualdad económica, la falta de oportunidades y la corrupción han convertido a millones de ciudadanos en sobrevivientes, no en participantes activos de la vida social. ¿Y qué hacemos como sociedad? Porque cuando el hambre, la exclusión y la impunidad se combinan, el tejido se desgarra inevitablemente. La violencia no surge de la nada: nace en contextos donde la dignidad se vuelve un lujo y la justicia una promesa vacía, hueca.

Veamos otro dato importante: Uno de los elementos más devastadores del deterioro social es la desconfianza generalizada. Según la Encuesta Nacional de Cultura Cívica (ENCUCI 2023), solo 1 de cada 4 mexicanos confía en sus vecinos, y apenas el 27% confía en las autoridades locales. Y tristemente se ha comenzado a perder la confianza en las instituciones tan valoradas como el ejército y la marina. Esa desconfianza no solo afecta la política, sino la convivencia diaria: ya no creemos en los demás, sospechamos de todos. Nos protegemos, nos aislamos, y con ello debilitamos los lazos comunitarios.La desconfianza también ha alcanzado a las instituciones: el 80% de la población considera que los partidos políticos son corruptos, y más del 70% desconfía del sistema judicial. Esta fractura institucional impide que el ciudadano se sienta parte de un proyecto común, o peor aún, como confiar en que se busca un bien común, si no hay confianza en las instituciones que se supone deberían ser líderes en la búsqueda de este objetivo.

 

Si buscamos culpables encontraríamos cientos, pero eso en este momento amigo lector no es relevante, lo importante es analizar las causas de esta terrible descomposición, y para ello considero no hay una sola causa para explicar el deterioro del tejido social más bien es una mezcla compleja de factores que en gran medida hemos ido ignorando y que nos han llevado a este punto.  Entre otros considero están sin duda las figuras políticas que para lograr su objetivo de gobernar, han creado falsas esperanzas y una vez logrado su objetivo de poder, se olvidan de las razones por las cuales están gobernando que básicamente son el servir al pueblo y buscar ese bien común. Tambiénestá la corrupción que todos en diferente medida en algún momento llegamos a permitir, y que después ya no es posible parar o que decimos de la desigualdad económica, que separa a los que todo lo tienen de los que apenas sobreviven y quienes pueden hacer algo quizás lo único que vemos es indiferencia. También muy gravemente esta la violencia normalizada, que convierte el miedo en rutina y la indignación en indiferencia, vemos incremento en robos a mano armada y otro tipo de delitos y si no son cercanos a nosotros, simplemente volteamos a otro lado. Quizá esta postura es entendible pues ante tal deterioro social estamos en la cultura del “sálvese quien pueda”, que destruye el sentido de comunidad y cooperación.

Dejo al final un par de causas que para mí son quizás las más importantes, porque justamente es el entorno en que yo me desenvuelvo y por el que trabajo diariamente, pero más que eso porque sé que son las más relevantes: El abandono educativo y familiar, Estas 2 son importantísimas pues cuando dejamos de lado a la Familia, ya perdimos todo. Pues la familia es el centro de toda sociedad y base de la misma y la educación es pilar fundamental del desarrollo de todos los pueblos. Por ello deberíamos proteger a las familias como principio básico de la sociedad. Pues en la familia y la educación en donde podemos recomponer este tejido social tan dañado que no solo se mide en cifras, sino en rostros. En los jóvenes que ya no creen en el futuro, en los padres que tienen miedo de dejar salir a sus hijos, en los adultos que sienten que nadie los representa, en las mujeres con temor a tantas y tantas desapariciones. México se ha vuelto un país donde muchos viven encerrados por miedo, donde el otro se percibe como amenaza y no como aliado. Nos hemos deshumanizado a fuerza de sobrevivir. Cuando la sociedad se fragmenta, la violencia deja de ser solo física: se vuelve emocional, psicológica y cultural. Perdemos la capacidad de confiar, de compartir, de sentir empatía. Ese es, quizá, el daño más grave de todos.

 

Debemos levantar la voz. No podemos seguir callándonos.

Debemos convertirnos en factores de cambio y recuperación.

Hablar de recomponer el tejido social no es una utopía; es una urgencia. Pero para hacerlo necesitamos más que programas asistenciales o discursos oficiales. Requiere una revolución ética y comunitaria. Necesitamos escuelas que enseñen empatía, familias que transmitan valores, medios de comunicación que promuevan el diálogo y gobiernos que inspiren confianza. Pero sobre todo, necesitamos ciudadanos que asuman su responsabilidad social, que entiendan que la reconstrucción empieza en lo cotidiano: en el trato digno, en el respeto al otro, en el compromiso con el bien común. Necesitamos Líderes.Nuevamente traigo a colación a José Mujica, que decía que “la política no cambia al mundo, lo cambia la gente”. Y en México, eso es más cierto que nunca.

México no necesita nuevos discursos: necesita reencuentros humanos, cuidar y valorar a la Familia y a la educación. Solo así podremos volver a creer en nosotros mismos. ¿O usted qué opina?

 

Post Scriptum.

Hoy a México le duele la pérdida de un gran liderazgo: Carlos Manzo. Clarísimo ejemplo de que hoy en pleno 2025 hay líderes que sirven y sirven bien a su pueblo. Apoyemos a estos líderes, arropémoslos con el apoyo ciudadano, con el respaldo y con el voto si es necesario. Porque hoy México está urgido de muchos como el, que recompongan el tejido social. Sin “alcahuetes” o “alcahuetas” como él decía.